Ahora que empieza a bajar la espuma de los momentos clínicos más críticos de esta pandemia, que pusieron a nuestro Sistema Nacional de Salud al borde del colapso total, no está de más analizar qué valores, hechos y costumbres son los que ha dejado este virus a su paso en nuestra esfera económico-social y personal.
Sin perder de vista la consolidación de nuestro sistema sanitario, que ha aguantado los embates de una crisis sin precedentes en nuestra historia reciente, todo lo relacionado con la higiene y el cuidado personal, ha sufrido un cambio sustancial y positivo.
Ahora nos cuidamos más; vigilamos más la higiene personal, pues sabemos que en ello nos puede ir la vida. Pero no sólo extremamos la higiene como vehículo para protegernos del virus y como una nueva costumbre ya asentada. También hemos tomado cierta conciencia colectiva de que, si yo me cuido y extremo las medidas higiénicas, estoy además protegiendo y cuidando a mis vecinos y conciudadanos.
Ese sentimiento colectivo de solidaridad, salvo las excepciones lógicas, nos ha humanizado mucho más como colectivo y nos ha convertido en una sociedad más responsable en la que tenemos que apoyarnos los unos a los otros si queremos salir adelante.
Esta crisis ha producido un proceso de revalorización de la familia que sale fortalecida como núcleo. También han cobrado valor las comunidades más próximas: el barrio, la comunidad de vecinos, las parroquias (que en muchos casos se han preocupado de conseguir alimento a los más desfavorecidos). Aquellos que viven en familia han tenido que ingeniar métodos para no aburrirse y practicar todo tipo de juegos off line y online para pasar las horas muertas con sus hermanos, padres e hijos. Enfrentados al abismo del aburrimiento, han compartido momentos gratos compitiendo en diversos juegos y todo ello ha fortalecido a las relaciones familiares como eje de la sociedad.
Se difuminan las barreras entre los espacios de trabajo y los privados, así como entre el tiempo productivo y el no productivo. Esta crisis ha generado una mejora en las políticas de conciliación para compaginar la vida personal con la laboral.
Las medidas de distanciamiento cambiarán los hábitos sociales y se reducirán las salidas y ciertas costumbres como el “tapeo” o el “ir de cañas”. Esto redundará en una transformación paulatina del sector hostelero, que en España agrupa a más de 300.000 establecimientos. Se incorporarán hábitos sociales más frecuentes en el norte de Europa y las reuniones en las casas sustituirán en muchos casos a las cenas en restaurantes. Las salidas serán a locales más restringidos y se reducirán las fiestas en locales en los que se puedan producir grandes aglomeraciones.
Se producirá un cierto efecto “burbuja” en nuestra relaciones sociales como forma de autoprotección hasta que se consiga una vacuna o un antídoto y se pueda garantizar la inmunidad del colectivo.
Si hasta hace unos meses había gente que no conocía plataformas online para compartir charlas, juegos, etc., con amigos, ahora ya no hay secretos para casi ninguno de ellos. Plataformas como Hangouts, Zoom, y muchas más que permiten no sólo la video llamada grupal, sino también la interacción (compartir pantalla, diálogos tecleados en paralelo, grabación de las sesiones, fotos, etc.), se han erigido en los verdaderos triunfadores de este confinamiento, hasta el punto de que muchos grupos de amigos han conservado el hábito de seguir hablando por estas recién descubiertas plataformas, pues ha sido en muchos casos la única forma de mantener contacto con aquellos que viven más lejos.
Todas estas herramientas se han instalado en nuestras vidas, en nuestros salones y, por supuesto, en el entorno empresarial; muchas compañías le van a sacar un partido enorme a este nuevo aprendizaje para utilizarlo con aquellos trabajadores que, por diferentes motivos, tengan que seguir trabajando desde casa y vean como algo cotidiano tener una reunión por videoconferencia. Ello, además, reducirá los gastos de viajes y evitará reuniones presenciales, que ahora podrán realizarse con estos sistemas.
Esta pandemia tiene como una de sus primeras y severas consecuencias un serio revés en nuestra economía; no sólo desde el punto de vista de los indicadores macroeconómicos: PIB, aumento del paro, etc.; sino también desde la propia conciencia de que ya nada está garantizado: ni los puestos de trabajo y sus sueldos, ni la estabilidad económica personal. Esta situación ha generado una toma de conciencia para reducir y racionalizar el gasto personal, en tanto que sabemos que afrontamos tiempos difíciles. Ahora no damos nada por sentado, agradecemos más lo que tenemos y procuramos no gastar en cosas superfluas, pues nuestras reservas personales son escasas y no sabemos cuánto va a durar la “resaca financiera” ni cómo va a afectar a nuestros bolsillos.
Volverá a agrandarse la distancia social entre clases y se debilitará la clase media. Aumentará la importancia de algunas líneas asistenciales básicas: se valorará más un sistema sanitario público y universal de calidad. Se concederá más importancia a los sistemas de bienestar social y al cuidado de los mayores. Se procurará que toda la población pueda acceder a una vivienda digna. Se implantarán sistemas de educación a distancia que, unidos al tele-trabajo, facilitarán que gran parte de la población pueda vivir fuera de las grandes ciudades. ¿Volverán a poblarse esos núcleos rurales que estaban quedándose sin habitantes?
En cuanto a los hábitos de compra, a nadie se le escapa que, pese a que las tradicionales boutiques de ropa, por ejemplo, hayan conseguido volver a abrir, son tantas las medidas de precaución para probarse una prenda, previamente desinfectada, que hacen de la experiencia placentera del famoso “ir de compras” y probarse 8 prendas para comprarse 1 ó 2, un acto de adaptación social, de rigurosidad, de vigilancia de medidas, que restan todo el atractivo a esa experiencia global.
Como consecuencia, si Amazon era ya el rey de las compras online, ahora se está comiendo parte de la tarta de las compras offline, incluidas las relacionadas con la ropa. La experiencia de una compra personal encorsetada por medidas de seguridad extremas ha dado paso al buceo y googleo por Amazon para pedir ropa de tu talla y gusto, y además con derecho a devolución. Es un cambio de paradigma enorme. Ya no se tocan los tejidos: la gente va “al grano”, a comprarse esa camisa talla L que está a 2 clics del salón de su casa, sin sentirse vigilada o en peligro
La consecuencia más natural de este cambio de hábito será que todas las tiendas de ropa, por ejemplo, que tengan display en la calle, creen un canal online para poder dar salida a su stock a través de Amazon. De esta forma, el pequeño comercio se adapta a los nuevos gustos y costumbres del consumidor y, al mismo tiempo, no deja de generar ventas.
Habrá más cambios sociales en los saludos, en los besos, en los abrazos, etc. todas ellas costumbres a las que los latinos somos tan dados. Paulatinamente se irá instalando una forma de saludarnos y relacionarnos con gente de poca confianza en la que tendremos más precauciones de las que teníamos antes.
Por resumir mucho un tema que daría para muchos artículos, el COVID19 nos ha enseñado a comportarnos como una sociedad solidaria, a ser conscientes de nuestros recursos económicos, a ser más cautos, a primar la economía global y a fortalecer los lazos amistosos y familiares, además de haber dado un salto en nuestro conocimiento de la tecnología que jamás habríamos soñado. Alguna ventaja nos tenía que dejar una pandemia que se ha cobrado tantos miles de vidas…
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