Actualidad Nalanda
Así empezaba la famosa canción de Presuntos Implicados, una frase que ahora puede ser más cierta que nunca. A ninguno se nos escapa que siempre habrá un antes y un después de la era COVID, de una pandemia que está sacudiendo la economía, la estructura empresarial y la vida social de muchos países, incluido por supuesto el nuestro.
La existencia ya no va a ser la misma, ni en nuestros hábitos diarios, ni en nuestras rutinas laborales, ni en nuestra vida cotidiana. Todo ha dado un vuelco y aquí se podría aplicar la teoría Darwinista de que los que sobrevivirán a “el día después” no serán los más grandes ni los más fuertes, sino aquellos que mejor sepan adaptarse a los cambios que esta devastadora pandemia nos ha impuesto sin previo aviso.
Esto es aplicable tanto al ciudadano de a pie, en sus quehaceres diarios y en su trabajo, como, por supuesto, a todo tipo de empresas y organizaciones que están viendo como sus pilares y su modus operandi han dado un vuelco como consecuencia de la COVID.
No vamos a abundar en los estragos clínicos, psicológicos y nocivos que este virus nos ha dejado hasta ahora como secuela. De eso ya hay mucha literatura.
Nos centraremos más en lo bueno; en lo que hemos aprendido gracias a esta terrible pandemia y qué hábitos y maneras hemos adoptado, mejorando en algunos casos nuestras vidas personales y la de las empresas. En lo que hemos ganado y en la huella positiva que una sacudida así nos ha obligado a aprender.
Por irónico que suene, hemos aprendido tantas cosas a marchas forzadas que si lo hubiéramos tenido que planear, quizás habríamos tardado años en asimilar semejantes cambios.
Hace tan sólo unos meses, las conferencias a través de plataformas digitales (Zoom, Microsoft Teams, Google Hangouts..etc), eran un terreno casi exclusivo de los ejecutivos, que programaban importantes reuniones con clientes distantes geográficamente a través de estas herramientas, lo cual les ahorraba desplazamientos innecesarios y les convertía en directivos más operativos.
Hoy día, no son sólo los CEO’s, Directores Generales y otros altos cargos los que utilizan estas amigables herramientas, sino que una vez que la COVID nos obligó a comunicarnos por esa vía, todos los trabajadores de una empresa le han perdido el miedo a aparecer en una videoconferencia compartiendo ideas o en reuniones que ahorran millones de euros a las empresas y que, además, resultan ser más operativas que las que se hacían face-to-face, a veces interminables, en las oficinas de uno u otro.
Hemos adquirido tal naturalidad que hay quien tiene incluso sus propias preferencias en cuanto a qué plataforma usar. Esto es aplicable tanto a una reunión de cuatro personas que están en Sevilla, Madrid o en la ora parte del mundo, como a una reunión de 16 personas para celebrar un cumpleaños desde el salón de nuestras casas.
Es una forma de vida, también legado del COVID. Tanto es así, y tanto se ha extendido, que ya hay un proyecto de ley para regular algo que hace un año era la excepción y ahora es casi la regla. Las empresas se han dado cuenta que, con los nuevos hábitos impuestos, habría que trabajar desde casa tanto cuanto fuera posible. Y para su sorpresa, muchos empresarios y directivos han descubierto algo que, de no mediar esta pandemia, habrían tardado años en implantar.
De esta forma, los trabajadores realizan sus tareas desde su casa, conciliando vida familiar y laboral, mantienen reuniones cuando es necesario por Zoom o similar y su rendimiento es en muchos casos netamente superior al que tenían cuando estaban presencialmente en la oficina. El hecho de que los trabajadores puedan poner una lavadora o bajar a comprar al súper y seguir cumpliendo con sus cometidos les convierte en personas más felices, menos angustiadas por no tener tiempo para su parcela personal y, por ende, mucho más productivos en sus respectivos puestos.
Una de las ventajas de esta nueva situación, no por obvia, es poco importante: con la implantación del teletrabajo se reducen los desplazamientos en un porcentaje muy alto; tanto los “in misión”, cuando hay que asistir a una reunión fuera de la oficina; como los “in itinere”, aquellos en los que vamos de casa al trabajo o viceversa. En consecuencia, los accidentes laborales en lo referido a la seguridad vial se han reducido considerablemente.
En aquellos trabajos en los que por la naturaleza de los mismos el teletrabajo no sea posible para muchos empleados, como puede ser el caso de la construcción o de las actividades industriales, por ejemplo, la digitalización también ha optimizado determinados procesos, como la validación documental de las personas que prestan los servicios externalizados. Así, la certificación del personal que tiene acceso a una obra o una instalaci.erviciodosde verificar que los trabajadores o o viceversa; ón se puede habilitar y comprobar digitalmente, lo que agiliza este tipo de trámites y les da validez jurídica.
Las empresas especializadas en Coordinación de Actividades Empresariales (CAE) y gestión documental cuentan con plataformas online que sirven para validar a las empresas, trabajadores y maquinaria para asegurarse de que cumplen con los requisitos para realizar su trabajo. Este tipo de procedimientos digitales permite ahorrar tiempo y dinero con la ventaja añadida de que se cumple con los parámetros legales, además de mejorar la eficacia y productividad y reducir los riesgos laborales.
Este vuelco en nuestras vidas, en una sociedad tan comunicativa como la española y tan acostumbrada a hacer una intensa vida social, como en la mayor parte de los países del sur de Europa, ha tenido como consecuencia el obligarnos a adaptarnos a unas nuevas reglas. De unos meses a esta parte, el hablar a través de una pantalla con un compañero de trabajo, un cliente, un familiar o un amigo, estén en Madrid o en Londres, ha pasado a ser algo tan habitual como lo era antes el hablar por teléfono o tomarnos un café con ellos.
Afortunadamente, hemos asimilado muy rápido que la comunicación en gran parte de las ocasiones pasa por el filtro de una pantalla y que este hábito no es un paréntesis temporal, sino que es algo que tenemos que asumir con naturalidad porque vamos a convivir con ello el resto de nuestra vida. Lo cual no quiere decir que vayamos a dejar de tener los contactos presenciales, pero sí que tanto en nuestra vida personal como profesional, ambas formas de comunicación van a convivir y complementarse en el futuro.
Así que si a todas estas nuevas rutinas en nuestras vidas les sumamos otros cambios de tendencias, como el incremento de las compras online, la reducción de celebraciones y grandes eventos, la austeridad en determinados gastos, los cambios en las etiquetas sociales, etc., sí que podremos decir cuando nos veamos a nosotros mismos lo que decía esa célebre canción: “¡Ay, cómo hemos cambiado!”
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– Manuscrito Universidad de Nalanda – S.XI
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